La reverencia a la Deidad que mantiene el Orden y la Regularidad en la Naturaleza se efectuaba en un lugar puntual: el templo, pero antes de eso en una montaña sagrada o un paisaje bello y específico.
Los lugares bellos eran sagrados, es por eso que hoy encontramos rupestres en las mismas zonas hoy protegidas por su belleza.
Los rituales garantizaban la maat, el orden ideal de la naturaleza y la sociedad humana según las creencias egipcias.[2] El mantenimiento de esta maat era todo el propósito de la religión egipcia,[3] y por lo tanto también de los templos.[4]
Como poseedor de poder divino,[N 2] el faraón era considerado el representante de Egipto ante las divinidades y su más importante defensor de la maat. [6]
Aunque el faraón delegaba su autoridad, la realización de los rituales era un deber oficial, restringido sólo a los Sumos Sacerdotes.
Akenatón intentó modificar esta férrea estructura mental introduciendo el machismo a través de la observación y reverencia hacia el Dios Sol. Un Ser Masculino rigiendo los trabajos del mundo.
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